Los primeros seis meses de 2024 nos dejan un balance de 540 fallecidos en las carreteras españolas, según el recuento provisional efectuado a 24 horas de ocurrido el siniestro en las carreteras españolas.

Aunque no nos acaba de gustar contarlo así, como estadística, como cifra, ya sumamos 37 muertes más que las 503 del mismo periodo, enero a junio, del pasado año, en el computo acumulado de tragedias, de vidas perdidas, de familias rotas, de proyectos de vida esfumados en menos de un segundo.

El ultimo fin de semana de junio ha segado 21 vidas en las carreteras. Un dato que pone los pelos de punta… y que en cualquier otra circunstancia nos habría llamado a guardar minutos de silencio, lutos oficiales, llamadas al basta ya, ni uno más… y con toda la razón.

En junio y abril ya registramos otros dos fines de semana negros en las carreteras españolas con una tremenda cifra similar de víctimas (16 en cada uno de ellos)

¿alguien notó algo, algún temblor, movimiento, voces…?

No hemos notado a nadie preocupado por esta violencia vial que nos afecta a todos por igual, sin distinción de color político, bandera, raza, genero, edad, profesión, religión y todo lo que queramos añadir…

El comunicado de la DGT argumenta que estos datos hay mirarlos en un contexto en el que la movilidad ha aumentado

¿Esto quiere decir que mientras exista o aumente la movilidad estamos condenados a seguir muriendo en la carretera¿

¿Para qué entonces esos llamamientos a reducir en un 50 por ciento en cómputo de fallecidos para 2030? El objetivo cero víctimas del tráfico y la violencia vial en 2050 es un espejismo visto de este modo…

Llevamos más de 300.000 personas fallecidas en las carreteras españolas desde que tenemos registros en el año 1960.

Cada año fallecen en el mundo cerca de un millón y medio de personas en siniestros de tráfico (es decir, más de dos cada minuto, una cada veintiséis segundos)

Son la principal causa de mortalidad infantil y juvenil en el mundo.

Un problema MUY GRAVE sin duda, que ha sido declarado pandemia por la Organización Mundial de la Salud

Desde la invención del automóvil, más de 60 millones de personas se han dejado la vida en las carreteras, una cifra muy superior al número de muertos en las Guerras Mundiales o al ocasionado por algunas de las peores epidemias mundiales.

Y no es la primera vez que lo decimos:

Las víctimas de los siniestros de tráfico, de la violencia vial, reclaman su espacio, su lugar, en la sociedad. Una reivindicación justa ante la invisibilidad a la que les condenamos la sociedad.

Nadie escoge ser víctima de nada. Ni de género, ni de odio, ni por supuesto de violencia vial.

Pero los contundentes datos que sumamos año tras año, día tras día, nos obligan a pedir una seria reflexión sobre cómo estamos enfocando el problema de la siniestralidad vial y el trato a las víctimas que ocasiona.

Hacen falta medidas contundentes, eficaces y valientes. Se trata de salvar vidas, proteger inocentes y castigar con dureza a los culpables. Matar y causar daño con un vehículo no puede salir tan barato. Es intolerable e inadmisible.

No podemos dormir tranquilos si no hacemos lo que sabemos que hay que hacer.

 

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